El que piensa solamente en sí mismo en todas sus relaciones está construyendo un camino que le da lugar a la frustración
Él solo pensaba en atender sus propios intereses y no los de un grupo. No da el brazo a torcer en una discusión, aunque no tenga razón. Está orgulloso de sí mismo, de lo que (y quien) lo rodea y lo que hace, menospreciando a otras personas y lo que ellas tienen. Él es el hombre egoísta.
También entra en esta definición aquel que prefiere comprar un «carrazo» para exhibirlo que inscribir a sus hijos en una buena escuela o tener un mejor plan de salud, por ejemplo. Él solo ve en las personas cercanas los beneficios que le pueden dar. Si no hacen lo que él desea, las descarta y busca a otras.
El egoísta también se perdona fácilmente por sus errores, pero condena a los demás por los de ellos. Sus problemas siempre son más graves que los ajenos. Según él, siempre es la víctima de un mundo que no lo comprende, principalmente cuando él mismo fue el que provocó una mala situación en la que se encuentra.
Independientemente de las relaciones, ese tipo de hombre solo se prioriza a sí mismo. Por lo tanto, es muy difícil tener una conexión con él en cualquier medio (familiar, amoroso, profesional, social, etc.). Con un hombre egoísta no hay trato, reciprocidad, una relación bidireccional.
Ser conyugue, amigo, pariente o compañero de alguien así es agotador y, dependiendo de la situación y cuando hay elección, la otra persona se cansa y se va.
De esa forma, el egoísta incluso puede pensar que siempre está ganando en sus relaciones cazafortunas, pero, en realidad, él siempre está perdiendo.
Sin embargo, no hay un defecto humano invencible para un hombre que recibe el Espíritu Santo. Él corta las asperezas del carácter y moldea el comportamiento. A final de cuentas, ¿de qué sirve estar repleto de bendiciones sin multiplicarlas?
En el caso del público masculino el egoísmo es una característica ya evidente por naturaleza, pues, desde el origen del mundo, el hombre es educado para combatir al adversario y conquistar lo que desea, pero si el hombre es revestido del Espíritu Santo, aún en situaciones de competencia, actuará con honra.
En los deportes, por ejemplo, ¿de qué sirve ganar haciendo trampa, sin considerar el respeto a los adversarios? Tanto es así que muchas actividades del mundo deportivo tienen castigos definidos para quien hace trampa o le falta al respeto a un competidor.
Sin egoísmo, el hombre será sincero y justo para ejercer cualquier tipo de liderazgo. Y un vencedor de verdad es admirado incluso por aquellos a quienes venció, pues lo hizo decentemente y actuó sobre la base del buen carácter que tiene. Además de eso, si dicho hombre actúa de acuerdo con la voluntad de Dios, que pensó y creó la vida en la Tierra para todos, sin distinción, y no solamente para algunos, es inevitable que él sea muy bendecido y que también se convierta en la propia bendición para todas las personas que lo rodean.